jueves, 24 de diciembre de 2009

CRÓNICAS PARISINAS III: 06/12/09


Y aunque llegué tan tarde, salí de casa incluso antes de lo que salí ayer. Eso sí, un poco más perjudicado.

Hoy es primer domingo de mes, lo cual está bien porque todos los museos nacionales son gratis. Puede parecer el mejor día, si no fuera porque las colas en algunos museos son interminables. Tengo que decir que gracias a esto me he ahorrado unos veinte euros.

Después de haberme calado haciendo cola entré en el Museo de l’Orangerie. Ver “las Ninfeas” de Monet está bien si te gusta la pintura impresionista. Reconozco que esta representación dinámica a la vez que reflexiva la naturaleza tiene su gracia, pero a mí no me acaba de convencer. Y sí, la idea de llenar dos salas con solo cuatro cuadros gigantes en cada una está bien. He comprobado que la mejor forma de verlos era sentarte delante de ellos, en los asientos que hay en el centro, y barrerlos con la mirada de derecha a izquierda (o viceversa), es decir, desde una perspectiva lo más amplia posible. En la planta de abajo, cuadros de Matisse, Cezanne, Modigliani, Picasso y otros artistas. Al final acabé saturado y no me fijé mucho.

Después fui dando un paseo bordeando el Sena hasta llegar al próximo destino: el museo d’Orsay. La cola era monumental. Anunciaron por megafonía que solo admitirían gente hasta las cinco. Eras las cuatro y cuarto. Decidí cambiar de planes.

Llegué hasta la Plaza de la Concordia, y de ahí seguí hasta la Iglesia de la Magdalena, a la cual decidí entrar después de encontrar una pastelería donde compré tres napolitanas de chocolate. Tenía hambre.

La iglesia era imponente. Ayer mencioné algo sobre mis problemas de memoria con las catedrales y las iglesias, pero quizá la Magdalena no entre en el lote. Busqué el acceso a la cúpula, pero no la encontré. Justo cuando llegué habían acabado de celebrar una misa, por lo que me encontré de frente a una riada de turistas.

Salí y cogí el metro hasta el Arco de la Defènse. Una estructura rectangular blanca imponente, que si te sitúas justo al pie de sus escaleras parece que te devora. Me gustó verlo porque me recordó a Jean Michel Jarre y aquel concierto que grabé de la tele hace veinte años, el cual fue justo aquí. Entonces lo escuchaba mucho y me gustó rememorarlo con este arco. Además, la carga simbólica que tiene de ser una puerta de entrada futurista a París. Enfrente del arco, rascacielos y oficinas. Como Canary Wharf en Londres o AZCA en Madrid. Corrijo: AZCA se queda pequeño al lado de esto, pero a mí el estilo me parece el mismo.

Vuelta al centro en metro, decidí que la última parada sería subir al Arco del Triunfo, que además es gratis. La cola era grande pero afortunadamente muy fluída: no tardé más de diez minutos en entrar. Vas subiendo unas escaleras de caracol, después de las cuales acabas un poco cansado. Todo un reto para discapacitados físicos.

Hay una exposición que incluye varios despliegues visuales: uno sobre diversos arcos en Europa, otro sobre la historia de la construcción del Arco del Triunfo, otro que explica sus detalles. Todavía hay que subir más escaleras para salir y ver París.

Y lo que se ve desde arriba es impresionante. Aquí tuve yo mi momento “niña del exorcista” del cual me habló mi amiga, que justo había estado aquí mismo el fin de semana anterior. Yo no sé si esta vista es mejor de día o de noche, pero esta era de noche y era impresionante. Las ocho avenidas se desplegaban justo desde este centro en una perfecta simetría. Y en este centro estaba yo. Para mí los tres puntos clave de referencia eran la Defènse a un lado, la noria de la Concordia justo al lado opuesto, y a un lateral la Torre Eiffel, majestuosa e iluminada.

Después de esto, casa y cena. Iba a quedarme, pero al final me animé y salí a explorar “Le Marais”. No llevaba ninguna intención: simplemente perderme en el encanto de este barrio, y no verlo con ojos hambrientos sino con ojos curiosos. Restaurantes, bares y cafés con magia bohemia y a medio gas. Después me topé con algo inesperado y me entretuve un poco más de lo planeado. Claro. No iba con ojos hambrientos.

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