jueves, 24 de diciembre de 2009

CRÓNICAS PARISINAS I: 04/12/09


Hace un frío que me cago, y por eso he decidido meterme urgentemente en este sitio al calor de una estufa de alta potencia, la cual no había visto hasta ahora que me he sentado.

París es espectacular, y por ello lo mejor y más inteligente es dar rienda suelta a esa espectacularidad, a dejar que se me meta por los poros. Claro, sigo teniendo mis tonterías, mis miedos, mis rigideces y mis bloqueos. Los mismos que en Madrid, Londres o China. Los mismos que en cualquiera de los sitios en que estaré o he estado, pero comparativamente son más pequeños. Estos puedo tratarlos en otro momento, pero no es para ahora.

Y después de haber cenado y haberme bebido una cerveza paso a explicar París. Estoy deslumbrado (bueno, no tanto, pero sí impresionado) por la elegancia de los hombres. Esta gente tiene algo que hace que se pongan un abrigo y les siente mejor que a nadie. De esto ya me he dado cuenta en el metro y en la calle. No es que sean elegantes; más bien llevan encima la elegancia.

El Arco del Triunfo es majestuoso, imponente. Mi primer encuentro con él ha sido de noche, iluminado, con la Torre Eiffel de fondo también iluminada. El Paseo de los Campos Elíseos tamibén fue espectacular, ataviado con un montón de luces azules colgadas de los árboles, atestado con un montón de gente.

Antes de llegar a la Plaza de la Concordia, cuyo obelisco era devorado por la noria luminosa que había detrás, puestos que vendían crêpes, dulces, lámparas y otros artefactos se extendían en una larguísima hilera a la izquierda, en el centro y a la derecha. El olor a vino caliente me intoxicaba las fosas nasales y hacían de resorte de momentos pasados en que ese olor también estaba.

Y después de esto, el día acabó con intentos más o menos fallidos de pasar un buen rato en “Le Marais”. Mañana será otro día.

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